“La sala en la que se encontraba el cronógrafo se hallaba profundamente enterrada bajo tierra, y a pesar de que hasta ese momento siempre me habían llevado y vuelto a sacar con los ojos vendados, creía tener una idea aproximada de su situación, aunque solo fuera porque tanto en el año 1912 como en el año 1782 afortunadamente había podido salir de ella sin la venda. Mientras mister Whitman me conducía hasta allí desde el taller de costura de madame Rossini, a través de una serie de pasillos y escaleras, el camino me resultó conocido con excepción del último tramo, en el que tuve la sensación de que mi guía daba un rodeo innecesario para despistarme.”
Zafiro, Kerstin Gier
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